De vez en cuando apetece comer algo distinto a lo habitual. La globalización ayuda a encontrar versiones localizadas de la gastronomía internacional. Recuerdo que en el cuarto capítulo de la primer temporada de ‘El Ministerio del Tiempo’ una pareja de maquis españoles huían de la España de los 40 y acababan escondidos en una pensión de la Madrid de 2015. Uno bajo a por comida y se sorprendió al encontrar «comida de la China». Esa sorpresa que ya no logra generar expectación en el urbanista del siglo XXI es una de las consecuencias de la globalización.
Desde los 80, más o menos, tenemos los clásicos restaurantes chinos en casi todos los barrios. Con un menú más o menos similar, que se disfruta, llena mucho y es barato. Conocemos las bondades de la cocina italiana gracias a restaurantes que la emulan de una manera más o menos similar. La mexicana con sus tacos y burritos (aunque es muchísimo más que eso que vemos) o el sushi, como garante de la cocina japonesa, que parece omnipresente en nuestras ciudades. Incluso la fusión de cocinas. El restaurante japonés de al lado de mi casa (de gran calidad, ya lo dije) está dirigido por un italiano. Aunque solo hace japonesa, es un síntoma más de globalización y multiculturaridad. O los sempiternos locales de kebab que traen la comida pakistaní directamente de Alemania (donde se dice que se inventó el plato de comida rápida). Incluso, con el tiempo, han ido apareciendo restaurantes de otras nacionalidades o culturas: coreana, rusa, griega, árabe o, como el caso que nos ocupa, india.

Hay un puñado de restaurantes indios en Bilbao. Me han recomendado el menú degustación de 30€ en el Gandhi de la calle Amistad (la que baja entre la calle Navarra y los antiguos Capitol). Hay otro en María Díaz de Haro del que no tengo referencias y uno que ponen muy bien en Internet en el barrio de Rekalde. Habrá que hacer ruta India de restaurantes. En el caso que nos ocupa, quiero hablar del Punjabi, el restaurante indio de Alamada Rekalde (no confundir con el barrio). Un local al que me acerqué un lluvioso sábado después de salir de trabajar.
Por fuera casi parece el clásico kebab de barrio, pero una vez que entras, lo que hay indica un poco más de cuidado que el habitual en un local de comida rápida. No Estaba medio lleno, así que me senté donde pude y empecé a vislumbrar la carta. La carta, dicho sea de paso, es una de las razones por las que deberíais ir al restaurante. No por los platos (que también) eso ira después. Me arrepiento de no haber sacado fotos. Las palabrerías inventadas y las faltas de ortografía otorgan un conjunto cómico y buenrollista que merece la visita.
Hablando de platos, me decanté por pedir un entrante y un plato principal. El principal llevaba añadidos, como podéis observar en las fotos. Para beber, una cerveza Cobra, la preferida de Chenoa (#festivaldelhumor), cerveza ‘local’ india. Me imagino que en bares españoles de las afueras habrá San Miguel, digno representante del zumo de cebada patrio. Estaba rica, no me malinterpretéis. Pero vamos a lo que realmente importa: la comida.
El entrante se llama Pakora, una especie de empanadilla de verduras, pero con harina de garbanzo, rebozada y frita. Estaba muy rico, sobre todo acompañada de las tres salsas que acompañaban el plato. Una de curry, otra muy picante y una tercera que no identifiqué pero con un toque de cilantro, que no estaba mala a pesar de notarse un poco ese sabor que me desagrada.
El plato principal era un cordero tica massala ligeramente picante. La comida de este país se caracteriza por las especias (el curry no deja de ser una mezcla de ellas) y el picante. Por suerte, en este caso no era algo que hiciera que te ardiese la boca (ni siquiera la muy picante para las pakoras). Tenía el toque justo. El plato puede parecer un poco pequeño, sobre todo para los 10 euros que vale, pero la cantidad de salsa es ingente y acaba mereciendo la pena.
¿Os he dicho alguna vez que me encanta el arroz?
Eso sí, para acompañar pedí un poco de arroz basmati (sencillo, sin mucho misterio) y pan de pita caliente con pinta de haber sido pasado por el horno (aunque fuese congelado). Una combinación ganadora. Pan para acompañar y arroz para bañarlo en la salsa espesa y deliciosa. Una agradable experiencia.
Ya dije que me gusta cuando puedo viajar con la gastronomía. Lo he conseguido un par de veces. En Udon y en la cena del Yandiola de San Miguel. No fue el caso del Punjabi, pero no estuvo nada mal la experiencia. Recomendable. Si tenéis antojo de un indio en la capital de Bizkaia, no dudéis en ir. Lo que hace, lo hace bien.

2 Comments

  1. Por la pena es que los restaurantes Indios en Bilbao son bastantes malos. Este parece el mejor de entre ellos pero a años luz de una cocina India.
    Esperemos que aterrize aqui algo como el Tandoori Station de Madrid.

    1. Suele pasar, tengo poco con lo que comparar, alguno en Lavapiés. Habrá que probar más, se habla de uno en el barrio de Rekalde que debe estar bueno.

      Un saludo y gracias por comentar.

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