Pensaba seguir escribiendo en este pequeño altar de la gastronomía que me he montado, pero al final la pereza me invadió y decidí dejarlo en stand by. Por supuesto en este tiempo me he dedicado a probar nuevos sitios (o no tan nuevos) y borrar pendientes en la larga lista de «sitios donde ir a comer». Quiero empezar con uno de los restaurantes más altos de Bilbao. Concretamente el 5ª Planta, situado en, precisamente, esa altura del edificio del Teatro Campos Elíseos.
Hará como un mes, a principios de junio, me invitaron junto a otros cuantos blogueros de las inmediaciones. Allí nos juntamos los Pitxiflús, Igor de Lo Que Coma Don Manuel, La Mejor Chuleta de Bilbao y Gastrourdiales para disfrutar de la invitación de Carla, encargada de comunicación del restaurante, y la nueva carta elaborada por Jon Castro. De hecho, el chef salió a saludar mientras tomábamos los cafés y nos contó su trayectoria curricular (ha pasado por un montón de buenos restaurantes) hasta acabar en este proyecto de revitalizar el restaurante del Teatro Campos. Porque no es el primer cambio de rumbo que toma, aunque si con esta directiva. Y parece que es un rumbo más que correcto a tenor de lo que vimos en la mesa.
Lo que nos sirvieron fueron varios platos de la nueva carta que van cambiando, aproximadamente cada mes. Así que es muy posible que lo que muestre en este post ya forme parte del pasado. Aún así, es solo una pequeña muestra de lo que os podéis encontrar si acudís hasta la quinta altura del Teatro Campos. Como decía, nos sirvieron una degustación a compartir de los platos de carta, pero todos los días hay un menú bistró por 19’50€ (21 en fin de semana). Una buena opción para comer en el centro de Bilbao.
Tras sentarnos y explicarnos un poco el motivo de la invitación, nos sirvieron un aperitivo de foie con almendra. Una especie de Ferrero Rocher, pero en salado. Buena manera de abrir boca. A partir de ahí empezó el carrusel culinario. La faena arrancó con un tataki de atún rojo con tartar de aguacate y salmorejo. Según Jon Castro, el chef, el atún no está tratado de ninguna manera más que pasado ligeramente por el fuego. Ni macerado, ni tocado de otra forma.
Tras el atún le llegó el turno a la vieira marcada en plancha acompañada de un ceviche de cigala, fresas y paraguayos con esferificación de mango y hierbabuena. La vieira estaba con el punto óptimo. Marcada a la plancha y gratinada en el horno para darle un sabor y una textura cojonuda.
Seguimos con un espectacular huevo a baja temperatura con patata cremosa, foie y jugo de carne. La simple visión del plato es maravillosa, pero esa sensación de romperlo, mezclar todo y comérselo es algo muy difícil de explicar, por lo que lo mejor es ir y probarlo de primera mano. Muy rico. Jugoso y con gran sabor. Es de esos platos que se quedan blancos de lo rebañados que están. Y los que gastan barras de pan enteras ellos solos.
Tras el buen gusto del huevo llegaron las mollejas de cordero en provenzal sobre natillas de hongos. Llegados a esta parte tengo que decir que compartía platos con la pareja de Pitxiflú, rememorando aquella ronda previa del primer Santutxu Pintxotan. Lo digo porque son unos enamorados (reconocidos) de las mollejas de cordero (y entre ellos). Así que casi hubo peleas por este plato. ¿Qué decir? Tenían el punto justo. Estaban bien hechas por fuera y tiernas por dentro. No se quedaron secas ni nada, que suele ser un problema. Además, las natillas de hongos le daban un toque fresco y ligero.
Y seguimos comiendo y degustando auténticos platazos. A partir de aquí nos sirvieron de manera individual las delicias restantes, hasta llegar a los postres, claro. En el caso de los pescados nos los sirvieron a la vez en un mismo plato, una ración de cada. Por un lado el txipibilbao con crema de cebolla caramelizada y su tinta. El txipirón es un plato que me encanta y la cebolla le va muy bien (la salsa negra se hace con base de cebolla) y que aquí le pegaba de lujo. Me recordó al Kraken de Santutxu de este año, aunque con sus respectivas diferencias.
Junto a este platazo, otro. Una merluza de anzuelo con fina salsa verde y emulsión de brócoli. Como todo, espectacular. Muy fino, con el punto justo y una salsa ligera, nada pesada. La guarnición de brócoli emulsionada le pegaba bastante. ¿Qué tendrá el brócoli para conjugar tan bien con los pescados?
Llegamos a las carnes. Tranquilos, queda poco. Pudimos disfrutar de un magnífico cordero lechal cocinado al vacío con su jugo. El mismo maravilloso jugo que impregnaba el huevo y foie de antes. Una auténtica maravilla para el paladar. El cordero se deshacía en la boca. Una maravilla, vamos.
Y para terminar, carrillera de ternera glaseada al vino tinto sobre ragout de hongos boletus. Otra delicia para el paladar. Una elaboración más o menos clásica (como buena parte del menú, que se agradece) con toques distintos. Muy recomendable.
Y como colofón de esta buena degustación de platos en torno a una agradable conversación (también relacionada con la gastronomía, no os creáis), la tabla de postres. Entre los presentes, la estrella del restaurante: yogurt griego casero con mango. Pero también otras delicias como el tiramisú con espuma de dulce de leche y su helado o la quesada pasiega con helado de arroz con leche. Todo rebañado hasta casi el infinito para que no quede nada. El mejor colofón para una degustación que nos dejó a todos satisfechos.
Un servicio impecable, una vista curiosa, que aunque no se ve mucho, es raro sentirse tan alto en la ciudad. El Restaurante 5ª Planta es un espacio muy cuidado, con un ventanal enorme que da muchísima luz y lo convierte en un local agradable y acogedor. Más si como fue el caso hizo un día soleado. Una buena recomendación un tanto escondida del gran público porque no está a pie de calle como otros. Dadle una oportunidad porque no creo que os defraude. Si ya lo probásteis en su día, dadle otra oportunidad, ha cambiado y, según comentan, para mejor.
Buena reseñas y blog, muy útil!
¡Muchas gracias!