El pasado jueves tuve el placer de acudir al viaje que nos propuso San Miguel Selecta con su exploratorium. Porque no es necesario moverse el sitio para poder viajar, aunque sería lo más recomendable, claro. Una experiencia gastronómica que nos sorprendió a todos los presentes desde el primer momento. Nos citaron en la explanada del Museo Marítimo Ría de Bilbao y ahí nos dieron un pequeño pasaporte y accceso al Txinbito, un barco clásico que lleva años surcando la ría arriba y abajo. Ahí empezó todo.
No nos contaron dónde nos iban a llevar. Simplemente montamos y realizamos una cata de cerveza. En este caso nos explicaron distintas curiosidades de San Miguel Selecta y la forma correcta de probar esta cerveza. Algo muy parecido a lo que sería una cata de vino, pero con la cerveza tostada (y extra, según pone) de San Miguel. Así, entre cervezas bajamos toda la Ría hasta llegar al Abra y acabamos atracando en el súper puerto de Bilbao. Es el puerto de carga de la zona, un lugar al que no se puede acceder a menos que te lo permitan. Tan solo entran trabajadores. Así que para casi todos era la primera vez que pisábamos esa zona prohibida de Santurtzi. Nos guiaron hasta la entrada de un pabellón industrial donde nos tenían preparada una agradable sorpresa.
Una pequeña carpa, decorada con enseres de viaje con apariencia de finales del XIX o principios del XX. Trastos dignos de Phileas Fogg (aunque molaba más Willy). Antes de pasar, nos sellaron los pasaportes. Al entrar nos encontramos con una gran nave (que se adivinaba por fuera, no somos cortos) llena de bobinas de papel, mesitas bajas con cervezas y una barra. El PR de San Miguel nos contó que la marca tiene un gen viajero y quieren compartirlo con el mundo, aunque no haya fondos para realizar viajes. El exploratorium como lo llamaron. Ahí nos presentaron a Ricardo Pérez, chef del Yandiola (el restaurante de la Alhóndiga) y los dos entrantes de la cena.
Dos entrantes, a mi modo de ver, algo desequilibrados. Por una parte un algodón de foie y manzana y por otra un macaron de té matcha y anchoa artesana de Toja. Este segundo estaba delicioso. La pasta de anchoa con la que habían rellenado el macarón era espectacular. Comí varios de ellos y sé de buena tinta que no fui el único. Estábamos encantados con el macaron y con ganas de ver qué nos tenían preparado el tándem Yandiola-San Miguel.
Entre bobinas de papel (que estaba muerto, decían) nos encontramos una zona con mesas preparadas para una gran cena. Con velas, calefacciones a todo trapo y unas mantas para evitar el frío y cenar bien a gusto. Si no contamos los aperitivos, se nos presentaba una cena de seis platos y dos postres, todo ello regado con San Miguel Selecta y, en algunos platos, de un cóctel. No olvidemos que se trataba de una cena con maridaje.
Ahí arrancó la cena, propiamente dicha. Salmón ahumado de Keia al natural, arenas de aceituna negra, tomate texturizado y corteza ahumada acompañada de un cóctel de jugo de manzana. Me gustó mucho la arena de aceituna, con esa textura diferente y seca (para ser aceituna, claro) y ese sabor tan potente. La ausencia más destacada fue la del tomate, que si bien estaba en forma de gelatina, no tenía una presencia muy marcada. El cóctel no estaba mal, pero era demasiado dulzón para mi gusto.
Las alcachofas fueron mi plato preferido de la cena. ¡Y no me gustan las alcachofas! Al menos por norma general, pero estas estaban exquisitas. Casi no se notaba el sabor metálico característico de esta verdura y el sabor del plato era muy suave. Se le notaba el toque de brasa y la cebolla le daba el punto crujiente y gracioso que necesitaba el plato. También se apreciaba un tono dulce en alguna parte (seguramente de la cebolla). Delicioso. Si tienen este plato en el Yandiola, bien merece una cena.
Es curioso cómo este plato consiguió trasladarme a Italia (o a lo que creo y tengo en mi mente que es Italia) sin haber estado nunca en el país transalpino. Sería la albahaca, supongo, pero este risotto logró, de verdad, que viajase sin salir de la nave industrial del Puerto de Bilbao en el que nos encontrábamos. Añadieron un gracioso bizcocho de musgo y avellana que le daba un punto diferente al plato con su textura. ¡Y cómo olía!
De ahí pasamos a lo que se considerarían los segundos platos. Empezamos por el bacalao que, para mi, fue la decepción de la cena. Ya empezábamos a estar algo llenos, debido a la cantidad de macarones que habíamos comido en el aperitivo y las cervezas que llevábamos tomando desde hace horas, pero nadie le hace ascos a un bacalao. Cuando digo que me decepcionó, no digo que estuviese malo. Cada parte (bacalao al pil pil, buñuelo y el club ranero) estaba rica de manera por si sola, pero en conjunto no era nada del otro mundo. Es más, creo que le hacía flaco favor a un lomo de bacalao de gran calidad y un pil pil rico. Este es un ejemplo, al menos para mi, de menos es más.
Entre medias se coló un plato distinto y un pequeño juego. Había que adivinar los ingredientes del plato en cada mesa. En la nuestra se acertó con el ingrediente principal. Al probarlo me sabía a los anises infantiles, los que se venden en las tiendas de chucherías. Luego nos comentaron que era estragón. Un helado de estragón con queso rallado encima y unas gotitas de aceite. Cuanto menos, curioso.
Terminamos, antes de pasar a los postres, con la pieza de carne. Aparentemente parecía una costilla (de cerdo u otro animal), solo que no tenía hueso. Un gran corte (en caso de ser costilla). La parte superior estaba lacada y crujía, pero el resto era suave y se deshacía sin necesidad de cuchillo. Comer carne así es una maravilla. Todo junto, al contrario que el bacalao, era maravilloso. Un toque agridulce que le venía bien y todo suave y tierno.
Es curioso ver, llegados a este punto, que la cena fue muy suave para contraponerse al sabor más fuerte de la Selecta de San Miguel. Gran trabajo del equipo de cocina del Yandiola al lograr este maridaje exquisito. Lo que si estaba un punto más fuerte (y se agradeció) fue el primer postre. El texto de acompañamiento al nombre del plato en el menú decía, literalmente, «el punto salino y cítrico junto al punto dulce y amargo del chocolate harán un maridaje perfecto con esta cerveza, sobre todo por el final amargo de la misma«. ¡Ah! Y tenía petazetas, nada más que añadir.
Para cerrar la noche (además del café) nos presentaron una cuajada de oveja con eneldo, que tenía un tono verde muy curioso. Venía acompañada de una pasta de azúcar para untar. El eneldo no se notaba en exceso, pero le daba un toque curioso a la cuajada. El Bakiotonoc fue otro de los grandes aciertos de la noche, delicioso. No supe distinguir si llevaba alcohol o no, aunque sospecho que era para todos los públicos. Muy, muy rico y refrescante en un punto de la noche en la que empezaba a hacer fresco.
En resumen, fue una gran noche. Un viaje sensorial sin salir del edificio (aunque no de este tipo). Una forma diferente de viajar, a través de los sabores y olores de los destinos, pero sin necesidad de ir (aunque merece la pena, no hay que dejar de viajar). Una experiencia muy interesante de la mano de San Miguel Selecta, su exploratorium y su mesas nómadas que se celebrará en otros puntos de España como León, Gijón, Oviedo o Burgos. Ya me gustaría acudir a alguna de estas otras (guiño, guiño).
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