En lo que llevamos de año, me he pasado por varios festivales de food-trucks. El MadrEAT, el más gordo a nivel estatal que se celebra en la capital del país, el Van sobre ruedas que se organizó en Plentzia y el Street Food Market en Bilbao.. Algunos de los camiones coincidían, otros no, lógicamente. A raíz de esto y un tuit de Marquino (que realizó el cuestionario la semana pasada) me ha dado por pensar sobre la moda de los foodtrucks y los distintos festivales que hay a lo largo y ancho de España casi cada fin de semana.
Este finde, sin ir más lejos, se celebra en Mungia la segunda edición del Van sobre ruedas y parece que, por el momento, esto no tiene visos de reducirse. Los food-trucks tienen sus ventajas obvias. Pueden moverse, cambiar más rápido de estilo, adaptarse al lugar en el que están estacionados… También sus desventajas, claro, esas cocinas son mínimas y el personal está muy ajustado para entrar ahí. Recuerdo que en Madrid hice bastante cola para poder pedir porque tardaban bastante el salir los productos.
El mayor problema al respecto es la legislación vigente. Los food-trucks tienen la consideración (en la mayoría de casos) de venta ambulante y están regidos por normas municipales que van cambiando en cada localidad. Así, algunos las tendrán más rígidas y otros más flexibles. Adiós al sueño de poder aparcar a la puerta de un edificio de oficinas en un polígono perdido de la España profunda a ofrecer unos platos cojonudos de arroz porque tienes que pedir el permiso previamente y esperar que te lo concedan. Siempre queda la opción marca España de hacer lo que te salga de los cojones, con el peligro que tiene todo eso.
Al final, el food-truck en España se reduce a festivales y lugares delimitados previamente por las administraciones locales. En el caso de Palma de Mallorca, se pueden degustar las creaciones de Koldo Royo, exestrella Michelín, en el parking del Makro de la capital balear simple y llanamente porque el supermercado le permite trabajar en su propiedad privada, pero seguramente la licencia solo abarque ese espacio, fuera de ahí nada. Que se olvide de visitar distintas playas o calas de la isla para dar de comer a los hambrientos bañistas…
El panorama tampoco parece que vaya a mejorar en un futuro cercano, por lo que no dan ganas de lanzarse a abrir una gastroneta por la incertidumbre que se desprende. Además, tampoco es barato. Requiere una inversión potente que igual parece que renta más ponerlo en un bar tradicional que en una furgoneta. De hecho, muchos de los food-trucks que se ven en los festivales son la parte ambulante de un negocio físico ya asentado y con una marca más o menos consolidada en su área de influencia. No es tan sencillo lanzarse a la carretera a preparar y despachar comida.
Aún así, son una opción muy interesante. A mi me suelen tirar mucho los camiones sudamericanos porque me cuesta encontrar restaurantes con este tipo de comida en Bilbao y así la puedo disfrutar de tanto en tanto. Adoro las arepas colombianas y si las rellenan de algo, pues me más chiflan. También te ayuda para conocer otras gastronomías no tan conocidas o darle una vuelta a algo que tienes cerca, pero lo elaboran de otra manera. Todo sea por comer mejor y disfrutar con ello.