En marzo del año pasado acudí a Vitoria-Gasteiz a probar algunas de las cervezas experimentales de Ámbar, la cervecera de Zaragoza que se está expandiendo por la capital de Euskadi. El ágape del evento estuvo a cargo del equipo de cocina del Sukalki y me dejó francamente satisfecho. Casi un año después he vuelto por la ciudad y he decidido hacer una parada en el local propiamente dicho para dejarme sorprender por el menú express que tienen y corroborar esa primera impresión tan buena que me dejó hace más de un año. ¡Spoiler! Me ha gustado.
A mediodía tienes dos posibilidades de disfrutar del Sukalki: menú express o carta. En mi caso me decanté por el primero. Un menú que consta de tres entrantes, un segundo a elegir y un postre con pan, vino y agua por 16€. El menú cambia cada semana (incluso del día) y se elabora con productos de la tierra dentro del denominado movimiento slow food de kilómetro cero. Un menú que varía y tiene un fuerte componente estacional debido a la rotación de los ingredientes. Cocina de mercado, que se dice ahora.
En mi visita me encontré con unos mejillones con su refrito, un gazpacho con huevo picado y euskaltxerri y una ensalada de pollo campero con pomodoro y pesto de avellanas. A elegir tenía la posibilidad de un verdel al horno con ondarrea de moluscos y pimientos de Gernika o presa de euskaltxerri con crema de Idiazabal y champis estofados. Opté por el segundo plato. Un buen trozo de presa de cerdo autóctono. Además, me animé con una Imperial IPA de cañero de las cervezas artesanales que tienen de rotación en el local. En una conversación con uno de los cocineros justo después me comentó que tienen la intención de poner dos cañeros más de artesanas. ¡En Gasteiz pegan muy fuerte!
Pero vayamos a los platos, que es lo que me ha animado a escribir este post. Los tres entrantes los sirven a la vez y dan libertad absoluta para empezar a degustarlos, no tienen un orden determinado desde la cocina. Me lancé a por el gazpacho. Aunque cuando entré a comer no hacía día de gazpacho (y así lo comenté en la charleta posterior), al salir habían levantado las nubes y el día animaba a pasear la manga corta y las gafas de sol (suerte que las había metido en la mochila), asi que acabó siendo un buen día para un gazpacho. Plato que, por cierto, estaba delicioso. Hace tiempo que no voy a Andalucía y mis recuerdos al respecto de este típico plato son un poco difusos, pero creo que no tenía nada que envidiar. Un gazpacho de manual. También es muy complicado hacer uno malo, ¿no?
Después de rebañar el cuenco en el que me sirvieron la sopa fría, me puse con los mejillones. Elaborados con su refrito, tenían el punto ácido que provoca el vinagre y que me encanta. Una buena cantidad de caldo para dotar de sabor a los moluscos y poder sorber las conchas para extraer todo el jugo. Al final, con el plato del gazpacho lleno de cáscaras de mejillón, pude dedicarme a untar la salsa con el pan. Y sí, puede que para mucha gente estuviese pasado de vinagre, pero me encanta (soy un vinagres, jeje) y no me voy a quejar. Muy ricos.
Cerramos la ronda de entrantes con una buena ensalada. Tanto en la calidad de la misma como en la cantidad. Cantidad justa para que esos tres entrantes pudiesen llegar a computar como un primer plato en cualquier otro menú. La ensalada con el pollo campero, el pesto de almendras, pomodoro, tomate cherry y la hoja de roble (creo que es, me cuesta reconocer las lechugas, al menos no era iceberg). Una vez no queda nada más que los restos del pesto, también me parecieron un pelín ácidos, pero me encanta, así que no me voy a volver a quejar, aunque entiendo que haya gente a la que no le guste.
El segundo plato constaba de un buen trozo de presa euskaltxerri con una salsa de Idiazabal y unos champis estofados. La carne estaba en su punto (no esperaba menos) y al cortarlo empezó a mezclarse con el clásico líquido rojo que suelta la carne y ahora sabemos que no es sangre. Una gran combinación, una salsa de queso deliciosa (con un buen queso todo sabe mejor) y los champis bien hechos y con un tamaño generoso. Estoy acostumbrado a comerlos en láminas y se me olvida el tamaño que tienen sin cortar. La presa también tenía un tamaño más que interesante para los amantes de la carne.
Como colofón a la comida, el postre. No soy un fan terrible del chocolate, pero si fuese Homer, supongo que este final me parecería lo mejor de la comida. Una copa de chocolate con una nube de nata y praliné junto con una bola de helado de gintonic. Ouh yeah! Muy, pero que muy rico. Ya digo que para un amante del dulce sería como para ponerle un piso. Un final memorable, siempre arriba (como Goku).
En resumen, he salido muy satisfecho de mi primera visita al Sukalki, aunque ya sabía a lo que iba y que me esperaba un buen rato de degustación gastronómica. Uno de esos restaurantes por los que hay que pasarse de vez en cuando si vives en la ciudad y aprovechar que estás de paso para ir. No te arrepentirás.