Hace bastantes años que no voy a Sevilla. Más de un lustro. Es una ciudad que me gusta mucho. En realidad, adoro todo Andalucía. Dicen allí que los vascos somos de dos tipos: o nos adaptamos y lo amamos o lo odiamos. Yo soy del primer punto. Me alegra conocer y relacionarme con gente de Andalucía y me encanta conocer y recomendar sitios muy buenos ahí. Si bien es cierto que mi experiencia andaluza se reduce a Sevilla (varios viajes), Granada, el aeropuerto de Málaga, La Rábida, buscar bares abiertos de madrugada en Palos de Frontera y un viaje de Huelva a Granada previo paso por Alcalá la Real (Jaén), lo que he vivido me gusta mucho. Tanto como para plantearme volver cada poco. Desgraciadamente, la situación financiera no ayuda a poder ir tanto como me gustaría. Por suerte, el pasado martes fui invitado a un evento turístico de la provincia de Sevilla para dar a conocer las maravillas de la capital de Andalucía y la provincia a la que da nombre (o al revés).
Así, pude volver a Sevilla, pero sin salir de casa. En el nuevo hotel Vincci Consulado de Alameda Mazarredo (junto al Guggenheim), que no conocía, pudo degustar (una vez más) los maravillosos pilares de la cocina sevillana. Y salí encantado. Desde aquí quiero aprovechar para agradecer (una vez más) a la Asociación de Hosteleros de Sevilla por la invitación y a Think Chic Comunicación por contar conmigo (una vez más) para que pueda describir mis impresiones.
Arrancamos la jornada con un gazpacho. Un plato que siempre nos retrotrae a Andalucía. Una de las maravillas del verano. Es la temporada del tomate y hay que aprovechar para gazpachos, salmorejos y demás delicias. Cremas o sopas frías y deliciosas que sirven para refrescar con el calor horroroso que suele hacer en estas fechas por esos lares. Un gazpacho que, como podéis ver, tiene cosas que no son propias del mismo. O sí. En este caso lleva trocitos de manzana que le aportan el crujiente (y poco de fresco extra) y kimchi, el famoso preparado coreano, que le proporciona un toque picante de lo más rico.
El segundo plato de la velada fue otra crema. Entiendo que este tipo de elaboraciones sean un habitual de la cocina andaluza. No puedo concebir la vida a más de 35 grados de temperatura. Es lo que tiene ser vasco, hay cosas que están más allá de tu imaginación. En este caso se trataba de una crema de queso de cabra con chorizo morcón y un crujiente de cruasán. ¿Hace falta decir que estaba delicioso? Creo que no . Muy suave, lo que se agradece porque no te echa de una posible crema de queso. Hay algunos quesos que son muy fuertes y acaban por empalagar o no gustar a todo el mundo. Vivimos en una democracia y, por lo tanto, hay que aceptar y tolerar casi todas las formas de pensamiento y gustos (excepto el fascismo). Si no te gusta el queso, tengo el deber moral de respetarlo, aunque preferiría pegarte con un calcetín sudado. Si es tu caso, esta crema podría gustarte, es suave, cremosa y deliciosa. Un acierto total.
Sé que los flamenquines son una especie de San Jacobo, pero de forma cilíndrica. También sé que son más típicos de Córdoba que de Sevilla. Pero no puedo evitar pensar en ese plato cuando nos trajeron este pincho de langostino rebozado y frito con queso por dentro junto con una deliciosas mermelada cítrica (y dulzona) que no pude acabar de descubrir su procedencia. Una tapa (que yo lo llamaría pintxo si fuese de aquí) que estaba muy rica, era muy sencilla y dejaba un gran regusto.
Tengo que reconocer que la sola mención del montadito de pringá del menú que me mandaron las chicas de ThinkChick (gracias por pensar en mi y por la invitación) me decidió a acudir (como si necesitara mucha excusa). Llevo varios años con ganas de ir a Sevilla, a ‘Las Columnas’ a por un montadito de pringá bien rico. Ya mandé a mi padre a que comiese uno y volvió encantado con la recomendación. Así que mis expectativas estaban altas en este apartado. ¡Y vaya si ha cumplido! Me ha encantado. Tal y como lo recordaba e, incluso, más delicioso. Ahora, desgraciadamente, volveré a soñar con él hasta que me pueda comer otro. Por cierto, sevillanos de pura cepa en Twitter le han dado su aprobación a la foto, así que estoy encantado.
Un plato típico de la cocina andaluza son los garbanzos con espinacas. Plato de cuaresma, porque no incluye carne, pero que se puede trasladar a cualquier otra época del año. Incluso en verano. No en vano se dice que lo mejor para soportar el calor es comer alimentos calientes. Ya lo he comentado más de una vez en este mismo Txoko, pero uno de los platos que más me gustan del verano es un guiso de cuchara: el marmitako. ¿Qué culpa tendrá el calor de que la temporada del bonito sea la estival? Por suerte, el pasado martes no había 40º a la sombra y el plato entró estupendamente. Un plato básico y típico, pero al que le dieron una vuelta. En casa lo he comido, pero añadirle comino, laurel y una pizquita de cayena al conjunto le dan una nueva dimensión. Además, el plato incluía una pequeña ampolla con vinagre para servir al gusto del comensal. Me encanta el vinagre, así que el toque ácido de la tapa me encandiló.
Otra de las tapas típicas y que se debería de probar obligatoriamente si pisas Sevilla nos lleva de viaje por la provincia hasta las marismas de Doñana. Ese parque natural tan maravilloso que tenemos en el sur del país y que tan poco cuidamos (o al menos esa es mi percepción desde el norte). Un plato, como digo, típico que se suele preparar con perdiz o, en su defecto, con pato, ave muy común en las marismas. Aquí quiero hacer un breve apunte. Adoro la sopa de arroz, es mi tipo de sopa preferida, así que los arroces caldosos me flipan. Y es el caso. Comentaron en la presentación que el color de la tapa es debido a que la cebolla se quema. Ocurrió hace muchos años cuando un error llevó a que se quemara el citado ingrediente y como la cosa no estaba para desperdiciar comida, se decidió tirar p’alante y acabó dando lugar a un plato de diez.
Aquí debería haber llegado el postre, pero he querido añadir un pequeño flashforward y meter algún plato de más que nos pusieron en la cena. Además de la maravillosa, generosa y deliciosa selección de ibéricos que nos pusieron de entrantes. ¡Vaya jamón! Creo que lo recordaremos por bastante tiempo. Además nos sacaron un pudin de tomate o pastel. Sea lo que fuera era un pequeño lingote con un gran sabor a tomate (más a zumo de tomate que al de una ensalada, pero tomate a fin de cuentas) y un par de encurtidos y bonito en la parte superior para armonizar el conjunto. No solo era tomate, era una especie de reinterpretación de una ensalada básica de bonito. A partir de este momento tengo que pedir disculpas por la calidad de las imágenes. La cámara de mi móvil no es la mejor, la luz no era muy abundante y mi pulso, terrible de por sí, estaba bajo el efecto de un par de cervezas.
Probé una mojama impresionante en aquella degustación (similar a esta en fondo) de la provincia de Cádiz. Tengo que reconocer que no pude reconocer el ingrediente principal de este montadito. La hoja de menta sí, claramente y la mayonesa (creo que era mayonesa) picante, pues tampoco era tan complicado. La mojama, cortada en taquitos y bien impregnada, no supe reconocerla. Aún así, la tapa estaba muy buena. Eso sí, te tiene que gustar el picante porque iba bastante subido.
Ahora sí, vamos acabando y nos zambullimos de cabeza en los postres. Hubo uno solo, pero distintos, en los dos pases. Por la mañana nos encontramos con esta fresa con una hoja de albahaca y yogur andalusí. Un bocado suave y refrescante. El yogur estaba impregnado de especias como canela o clavo y le daba un aroma muy particular al postre. Por la noche, el postre fue el que podéis ver en la imagen bajo estas líneas. Un arroz con leche, yema de huevo en el fondo y merengue en la parte superior. No soy fan del arroz con leche (aunque me flipe el arroz) y este no estaba mal. Me entristece un poco no poder valorar esta elaboración en su justa medida por prejuicios propios.
En términos generales, como ya habréis podido comprobar, se trató de una velada muy agradable e intensa. Tuvimos de todo. Desde un pequeño espectáculo de flamenco con una cantaora venida desde la misma Sevilla hasta una selección de vinos de la provincia y cervezas de Cruzcampo. Porque sí, todo el evento estuvo regado con Cruzcampo. Pude probar dos variedades de embotelladas de la marca: la de trigo y la Pale Ale. Dos cervezas ricas y refrescantes. Nada que ver con lo que tenemos de la marca en el imaginario colectivo. Respecto a la caña de barril, la espinita de siempre con esta marca, no sabe a nada. Es casi como beber agua. Lo cual, en un día caluroso y si se sirve bien fría (como en Sevilla, vamos), no entra nada, pero que nada mal.
No sé a vosotros, pero a mi me han dejado con ganas de más. Por eso siempre hay que volver a Andalucía de vez en cuando. Para sumergirse en las maravillas y monumentos (tanto arquitectónicos como gastronómicos) que tienen ahí. A ello tenemos que sumar el carácter abierto y hospitalario de su gente. Que ganas de volver. Espero que no pase otro lustro hasta el siguiente montadito de pringá, porque, madre mía, qué bueno estaba.